En aquel tiempo, Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco.
+ Reflexión
Antes de comenzar su predicación, antes de anunciar el reino de Dios o las bienaventuranzas, Jesús ya es tenido por un loco, tanto por la gente que le rodea, como por la gente que le conoce de antaño. Jesús comienza su vida pública alejándose de las "normas" de vida de su tiempo. Era ya un joven adulto y no tenía trabajo, no se había casado y llevaba una vida de peregrino itinerante, convirtiéndose así, en un joven "extraño", que se salía de los parámetros que guiaban la vida de los jóvenes de su tiempo y de su comarca. En Nazaret, la familia lo era todo: lugar de nacimiento, escuela de vida y garantía de trabajo. Fuera de la familia, el individuo queda sin protección ni seguridad; abandonar la familia era algo muy grave, significaba perder la vinculación con el grupo protector. Por eso, dejar la familia de origen era una decisión extraña y arriesgada. Pero Jesús un día lo hizo, buscando una "familia" que abarcara a todos los hombres y mujeres dispuestos a hacer la voluntad de Dios. La familia judía de tiempos de Jesús tiene dos preocupaciones: la subsistencia y el honor de la familia. La reputación lo era todo; el ideal es mantener el honor del grupo. Jesús puso en peligro el honor de su familia cuando la abandonó. Su vida de vagabundo, lejos del hogar, sin oficio fijo, realizando exorcismos y curaciones extrañas, y anunciando sin autoridad alguna un mensaje desconcertante, era una vergüenza para toda la familia. Jesús se entrega con pasión y convicción al anuncio de la llegada del reino de Dios, pero su gente no lo entiende ni lo comprende, porque se aleja de los parámetros sociales que rigen a la sociedad judía. Los cristianos hoy también podemos ser tomados por locos si nos sujetamos al mensaje de Cristo, si somos fieles a su voluntad, si hacemos lo que Dios espera de nosotros; no somos hijos de nuestro tiempo, somos hijos de Dios y por ello corremos el riesgo de ser despreciados, rechazados o perseguidos, pero el cristiano tiene que ser en primer lugar, agente transformador de su mundo y entorno al igual que Jesús lo fue; ciertamente no somos ni él, ni como él, pero al "discípulo le basta ser como su maestro". (cfr. Mt 10, 25).
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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